Estaba física y emocionalmente muy
lejos de ella, había un mar de justificaciones que me hacían pensar que todo lo
que hiciera era infructuoso, mi vida se convirtió en una rutina, engaños, mi
apego al Señor no era tal y decía a viva voz que amaba a Cristo, que vergüenza,
vivía en una falsa piedad, el trabajo era mi refugio, las nuevas amistades eran
una vía de escape, no se lo podía decir a mi familia porque la amaban
demasiado, creo que mi madre la amó desde el día que la lleve por primera vez a
mi casa como una amiga, pero ahora es mi esposa e hicimos un pacto ante Dios, y
quería deshacerlo, porque nuestro matrimonio se había convertido en un martirio,
no sentía sus caricias, las sentía vacías, claro estaba bebiendo de las mieles
del pecado.
La tentación me asechaba como
león rugiente y torpemente me hacía claudicar, devorando el fruto del pecado; lo que hacía era masticar mi carne, muriendo poco a poco en las fauces de la
bestia; me decía a cada instante que el amor se había perdido, las
manipulaciones emocionales de mi alma eran la orden del día, llevaba tiempo
eludiendo lo inevitable, confrontarla para pedirle el divorcio; pues llegó el día y cruce la acera; desborde el estiércol que había en mí corazón, pero ella sólo
oraba y pedía dirección al Espíritu Santo en silencio.
Deje que el mal se apoderara de mí,
dejando la puerta abierta, la puerta que tenía un letrero que decía: este
matrimonio murió, mi ceguera espiritual no me dejaba ver. Sin embargo, Dios
tuvo misericordia de mí en el momento justo que di el horrible paso para separarme
de ella, comencé diciéndome no siento nada por ella, pero el Señor me decía a través
de un ángel “si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y
no tengo amor, nada soy”; pero no soporto estar amarrado un minuto más sin quererla,
la voy hacer sufrir, que puedo esperar de una relación así, tengo que ser feliz
y con ella no creo que lo voy a lograr, y Él sublimemente me señalaba el amor “Todo
lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”; no me vengas con eso,
juicio hay en mi boca, me irrita su desconfianza, he adulterado en cuerpo y
espíritu, entonces con una voz que estremecía mis huesos, me indicaba que el
amor “no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor”;
y continué argumentando diciendo mi cuerpo no se estremece cuando estoy junto a
ella y el respondía “si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor,
de nada me sirve”; pero como hago he sido un mal esposo y ella me mintió ocultándome
algunas cosas, ella nunca quiso estar a mi nivel profesional, somos
incompatibles, y me apuntó que el amor “es benigno; no tiene envidia, no es
jactancioso, no se envanece”; hasta que por fin le dije no la amo y Él me reveló
“EL AMOR NUNCA DEJA DE SER”, quitándome las vendas de inmundicia e iniquidad de
mi corazón que me tenían ciego, cojo y esclavizado; disponiéndome desde ese momento en cuerpo,
alma y espíritu a someterme a su voluntad; allí fue donde Cristo me perdonó y puso en el
dintel de esa puerta su sangre, para que la muerte no me pudiera tocar, y me
selló realmente como hijo suyo.
¡Guao! Que experiencia, ser
quebrantado al luchar contra el Señor; Él derribó todas mis argumentaciones
para liberarme y no solo eso, sino que me devolvió el amor por mi esposa, y más
que devolvérmelo lo triplicó a tal punto que puso en mi corazón dar la vida por
ella si era necesario, y decidí creerle. Juan 11:40 “Jesús le dijo: ¿No te
he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”; Esto no es una historia de
amor, es la realidad de mi vida, es el testimonio vivo de lo que pasó entre los
años 2004-2007, cuando por razones de trabajo, mi esposa y yo, estábamos
separados física y emocionalmente, y vivíamos una etapa difícil donde el
divorcio parecía la mejor opción; sin embargo, ella llena del Espíritu Santo,
oró, clamó, rogó y suplicó al Señor con gemidos indecibles, y nunca me soltó,
aprendió a perdonarme de corazón ante el Señor, enterrando todas las evidencias
de maldad que cometí, salvando y sanando nuestro matrimonio, porque si no me
hubiese perdido.
El ángel que me habló, era ella
misma, que entre más yo la descargaba y la llenaba de inmundicia para que se
terminara de decepcionar de mí, lo único que brotaba de su boca era palabra y
palabra, y como espada afilada de dos filos, me atravesó el alma y el espíritu,
clavando mi corazón en la cruz, rompiendo mis huesos, los tuétanos y músculos; es
entonces, cuando yo decidí dar el paso de tomarme al Señor Jesucristo en serio.
Después de allí, hice nuevamente la oración de fe, pero de corazón, y
posteriormente tres años después vino la prueba de fuego, el crisol donde fui molido,
donde sufrí en carne propia el dolor, el llanto y el arrepentimiento por mi
pecado.
Mi esposa cae como paciente renal,
atrapada por una enfermedad que la esclavizaba a una máquina, donde ella vivió
su proceso y yo el mío. Pero de la manos de Dios, sobrevivimos a la tempestad,
porque aprendimos aferrarnos a Él, servirle con un corazón limpio y puro, vino
el proceso de conversión, humillación, invocación del Dios de los ejércitos,
para que nos ayudara a vencer en esa guerra, la cual casi la perdemos en el año
2014, cuando luego de un trasplante fallido, de cadáver, ella entró en coma por
10 días, en el piso nueve del Hospital militar de Caracas. Fueron días duros
para mí, porque no sabía que ella había sido llamada ante el Señor para dar
cuentas por sus pecados; mientras tanto yo postrado al lado de su cama, en
oración, intercesión, clamor, lloró y suplica, abandonando todo por atenderla,
desnudé mi corazón ante el Señor; Él me llenó de mucha fuerza, e hice lo que
hizo ella por mí un día, no me soltó. Clame al Espíritu Santo, para que la
levantara, los médicos no me daban esperanzas, pero yo decía que: “más es el
que está en mí que el que está en el mundo”, por eso mi fe nunca de desmoronó y
no permitía que nadie entrara a verla con ojos de lastima, ni llorosos, luche con todo mi ser y Dios nos concedió la victoria. Entonces
el 25 de Agosto de ese año, vi la gloria de Dios sobre la vida de mi Amada, ella
regreso con un mensaje dado por el Padre: “Resurrección”.
Era el mensaje de amor, que el
Padre envío para todos aquellos que no creen, para los hijos que están débiles en
la fe, andan dispersos por dejarse manipular de su carne, mundo y mal, en
especial para aquellos que no quieren someterse a la voluntad del Padre, ni a su
palabra revelada, aquellos que creen que van huir de la ira venidera aparentando
espiritualidad, aquellos que sueltan al hermano y prefieren que se pierda en
vez de buscar restaurar su relación con Dios; Pues la Resurrección del Señor es
una verdad porque el amor nunca deja de ser, por eso mando a su Hijo a morir por nosotros en la cruz, y quién no lo crea no es digno de
entrar, permanecer y disfrutar del reino de Dios y su justicia. ¡Tremendo! está verdad por mucho que la queramos maquillar no la podemos eludir.
Entonces mis hermanos, ame sin
restricciones y prepárese para subir la montaña, para pasar la prueba de fuego,
porque todo el que ama al Señor, su fe será probada para ver de qué esta hecha, cuál es su pureza, si somos dignos de estar en la presencia del Señor. Gracias, mil gracias Padre Santo, por tu palabra, por tu testimonio
en mí y en mi esposa, Bendito sea tu nombre porque hoy luego de un año y medio
del otro trasplante, dónde le diste mi riñón con amor, siempre has sido, eres y serás Dios, Dios de segundas,
terceras y muchas oportunidades, nos fortaleciste a ambos en los momentos de debilidad, enderezaste nuestros pasos, nos pusiste en tu camino,
trayendo amor, gozo y paz a nuestras vidas; hoy podemos decirte con revelación que
te amamos porque nuestro amor no ha dejado de ser hacia ti, como el tuyo tampoco hacia nosotros; y aún si me quitares la vida, te seguiría alabando y adorando
mí Señor. Bendito y exaltado seas, nunca quites de nosotros, mis hijos y mi
familia tu santo Espíritu y sigue bendiciendo nuestras vidas en Espíritu y verdad. Amén