domingo, 21 de enero de 2018

LA RETICENCIA DEL YUGO

En los tiempos de antes, contaban mis abuelos, que la palabra de una persona era un pacto o como un documento escrito donde el honor, la dignidad y la integridad se ponían a prueba y evidencia, tanto era así que, quien fuese descubierto mintiendo o incumpliendo su palabra deshonraba su buen nombre y la de su familia, a tal punto que era desechado e ignorado por la sociedad de aquel entonces.

Hoy en día la palabra de una persona está muy desvalorada, a tal punto que nadie cree en nadie, lo más común es ver en cualquier acuerdo de palabra un ambiente de desconfianza, cautela, reticencia o incredulidad inspirada por los hechos, actos o dichos, que la mayoría de las personas realizan y que dejan mucho que desear, por eso se hacen documentos escritos por cualquier tontería, hasta por el préstamo de un libro; esto es más común de lo que pensamos, y se ve más acentuado cuando existe autoridad, poder y dinero por el medio, empezando por los lideres: sacerdotes, pastores, empresarios, políticos, militares, lideres comunales, padres y pare de contar, personas de nuestro tiempo, independientemente del lugar o país que nos encontremos. 

Por la poca credibilidad de las personas existe una reticencia colectiva hacia la palabra, por el ejemplo, las acciones y testimonio que demuestran, ya que nadie está exento de ello; la palabra dice en Mateo 7:20 que: “…por sus frutos los conoceréis”, Los frutos son una fortaleza o una debilidad que florece y no se puede ocultar, ya que de lo que mi corazón atesora eso habla la boca.

La reticencia no es nueva, el hecho más antiguo registrado y que se conoce al respecto, fue el ocurrido, hace más de 2000 años, a nuestro Señor Jesucristo, que aun entregando su vida sus seguidores más cercanos dudaron hasta que se mostró físicamente, en poder y gloria venciendo la muerte, por ejemplo: lo vemos en la escena cuando Tomás, producto de su pecado, se atrevió a dudar del poder de Dios a tal punto que llegó a decir que: Si no viere, metiere el dedo y la mano, no creeré. Juan 20:24-25 “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”; y eso que había vivido con Jesús por más de tres años admirando sus prodigios y milagros, lo que denota que había reticencia en su corazón por una fe defectuosa.  

Muchos cristianos creemos que la incredulidad es una característica de aquellas personas que son ateas, no creyentes, científicas, escépticas, llenas de pura sabiduría humana, pero déjenme decirles, con mucha vergüenza y lo reconozco, que también es para nosotros los “creyentes”, que teniendo ojos no vemos, teniendo oídos no escuchamos y teniendo a “Cristo en nuestro corazón” desde hace años, nuestro testimonio habla por si mismo, somos incrédulos, todo porque nos hemos contaminado o leudado del mundo, transformándonos en seres desconfiados, suspicaces y maliciosos producto de un corazón poco dispuesto para el Señor, susceptible a recibir todo lo que el mundo nos ofrece pero no lo de Dios, entonces nos hace inseguros, aprensivos y predispuestos, aun cuando hemos presenciado los prodigios del Señor que superan mi pensamiento, acción o situación y que han sido demostradas en innumerables veces en nuestras vidas.   

Por eso la palabra dice en 2 Corintios 6:14 que: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?”; para ver transformaciones profundas y radicales, un compañerismo sincero en nuestra vida tenemos que cortar con nuestra vieja manera de vivir, traer luz a nuestras vidas y renunciar a las tinieblas definitivamente, entender en el Espíritu que somos nuevas criaturas en Cristo, por lo tanto debemos soltar el yugo que venimos llevando desde el vientre de nuestra madre o por la reticencia que hemos tenido contra el Señor al no someternos a su voluntad sino a la nuestra y decidirme a colocar su Yugo sobre mi que es fácil y ligero y dejar que obre en mí sin condiciones.

El yugo que une a dos (por ejemplo: dos personas CRISTO Y YO), está hecho para aquellos de estructura, esencia y fuerza similares, no para seres de diferente especie, poder, o estatura; ya que esto hace que ambos sufran debido a la diferencia de peso y tamaño (espiritual); si consideramos a los animales, el más débil tendría que esforzarse para mantener el paso y desfallecer de cansancio, y el más fuerte habría de soportar una carga mayor que no le permite avanzar rápidamente.

El Señor no quiere hacer pasar por semejante penuria a sus hijos al colocarlos en yugos desiguales, por eso Jesucristo nos dejó al Espíritu Santo para que permaneciera en nuestros corazones, creciera al menguar nuestras almas y espíritus llenándonos de su esencia y poder, enyugándonos y caminando juntos con Él sin ningún inconveniente, pero yo, por ser rebelde y desobediente, lleno de reticencia carnal, sin darme cuenta empiezo a sentir incomodidad, al ponerme bajo el mismo yugo de Jesucristo anulando lo fácil y ligero que éste es, haciendo su carga gravosa para mi vida, ya que al actual su palabra en mi trato de resistirme a su poder purificador; lo más tremendo es que hacemos sufrir también al Señor por el dolor que le ocasiona vernos sumergidos en nuestro pecado y necedad.

Si nuestra estructura y fuerza no son la del Señor y su Espíritu, es porque ando con otro yugo muy diferente que crea una fuerza contraria y desigual que entorpece la majestuosa acción del Señor en mí, impidiendo la conversión genuina y sincera, tanto así que nuestra incredulidad no nos permite visualizar la gloria de Dios, y endurece mi corazón siendo asiduo crítico de su obra y poder. Mateo 11:29-30 “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”; 1 Juan 5:3  “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”; Proverbios 19:13 “Dolor es para su padre el hijo necio…”.

Por eso el Señor dice en la palabra en Deuteronomio 22:10 que: “No ararás con buey y con asno juntamente”; No se puede edificar en el reino, no se puede sembrar en los campos de Dios a menos que CREAMOS con fe y un CORAZÓN LIMPIO, Jesús decía “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron”; por eso te invito a que abandonemos nuestra incredulidad y llevemos el yugo del Señor que es fácil y ligero, para aprender a edificar, recibir honra y el descanso que necesitamos para sobre llevar con paciencia y paz los afanes de estos duros tiempos de aflicción.

Oremos: Padre Santo reconozco que he estado en reticencia contigo, he sido un incrédulo que no ha permitido que tu obra se manifieste en mi, por eso te entrego hoy el control de mi vida y te pido que lleves el yugo que me pusiste el día que te recibí de corazón como mi Señor y Salvador; No quiero unirme en yugo desigual con el mundo y sus deleites, sé que te lastimo mi Señor, no puedo enyugar la luz que vive en mi con las tinieblas que emanan de este reino inmundo y divido. Guarda Señor mi corazón, quiero que me conozcas por mis frutos dignos de arrepentimiento y quisiera llegar un día a decir: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi”. Te amo mi Señor, bendito sea tu nombre, gracias por quitar las vendas de mis ojos. Amén.

2 comentarios:

  1. Hola muy bueno y facil d comprender y con cada una d sus palabras respaldadas x las escritura hay algo q aprendo cadia en el Señor es a reconocer mis pecados y los frutos q damos y cuanta verdad y cuanto amor del Señor para alinear mi vida y la de sus hijos muy grata su reflexion m encanto bendiciones...

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    1. Hola. Muchas Gracias, pero la gloria es de Dios, doy gracias al Señor por traer su palabra a nosotros con sencillez, donde nos enseña, redarguye, reconforta, fortalece y nos salva. Que el Señor le siga poniendo en Ud un corazón dispuesto para arar, sembrar y traer muchos frutos de conversión. Dios le bendiga

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