Hay personas que
vivimos en un constante afán por las cosas terrenales, por ejemplo si a las
jóvenes no le llega un mensaje whatsapp o una llamada de sus novios entran en
un proceso de cuaimatización enorme como dirían en mi tierra (celos, enojo y
reclamo), y esto pasa más acentuadamente después de casados; desde que estamos
pequeños nuestros padres nos han enseñado que debemos prepararnos para ser un hombre o una mujer de
provecho, que debemos estudiar una carrera, ser médico, abogado, militar o ingeniero
y casarnos con alguien que posea cierto status económico para “salir de abajo”
y “ser feliz”, como si nuestra condición fuera de infelicidad o miseria; igualmente
procuramos trabajar duro para que “algún día” esté yo en la lista de los
muchachos exitosos y reciba el llamado para un “merecido ascenso”.
Estamos tan ocupados por obtener los galardones y coronas terrenales y tan preocupados por la famosa llamada del Jefe, que nos olvidamos de Dios y su soberana voluntad, inclusive nos dejamos envolver por una aparente generosidad y esplendor de los hombres y realmente somos ruines y tramposos ante Dios, Isaías 32:5 “El ruin nunca más será llamado generoso, ni el tramposo será llamado espléndido”. El Señor nos hace una pregunta en Marcos 8:36 “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”, no será que estamos perdiendo nuestra alma por estar esperando ese llamado. Muchos vivimos desgastándonos, en tratar de obtener una meta, que es lícita, pero no incluimos a Dios en nuestros planes, hasta que nos dan una patada por el trasero, es evidente que estamos condenados al fracaso, aunque recibamos el reconocimiento, así creamos que tenemos las aptitudes, competencias o méritos, y que lo podemos todo; a veces no nos damos cuenta que somos capaces de vender nuestra alma por un bocado de pan, de prevaricar o cambiar a Dios por otros, aún sin saberlo ya sea por incredulidad, autosuficiencia o inmadurez espiritual, creemos que estamos haciendo lo mejor para nuestras vidas, pudiendo muchas veces caer en frustraciones, quejas contra Dios o depresiones al no tener lo anhelado por nuestra inestable alma, animal desbocado.
Estamos tan ocupados por obtener los galardones y coronas terrenales y tan preocupados por la famosa llamada del Jefe, que nos olvidamos de Dios y su soberana voluntad, inclusive nos dejamos envolver por una aparente generosidad y esplendor de los hombres y realmente somos ruines y tramposos ante Dios, Isaías 32:5 “El ruin nunca más será llamado generoso, ni el tramposo será llamado espléndido”. El Señor nos hace una pregunta en Marcos 8:36 “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”, no será que estamos perdiendo nuestra alma por estar esperando ese llamado. Muchos vivimos desgastándonos, en tratar de obtener una meta, que es lícita, pero no incluimos a Dios en nuestros planes, hasta que nos dan una patada por el trasero, es evidente que estamos condenados al fracaso, aunque recibamos el reconocimiento, así creamos que tenemos las aptitudes, competencias o méritos, y que lo podemos todo; a veces no nos damos cuenta que somos capaces de vender nuestra alma por un bocado de pan, de prevaricar o cambiar a Dios por otros, aún sin saberlo ya sea por incredulidad, autosuficiencia o inmadurez espiritual, creemos que estamos haciendo lo mejor para nuestras vidas, pudiendo muchas veces caer en frustraciones, quejas contra Dios o depresiones al no tener lo anhelado por nuestra inestable alma, animal desbocado.
El rey Salomón luego de
haber sido el hombre más sabio del mundo, el más justo, el predicador más
entendido, nadie más exitoso, nadie más rico, nadie con mayores posesiones, las
obras hechas con sus manos eran las más maravillosas de su tiempo y haber probado
los deleites terrenales y los néctares de las más hermosas mujeres concubinas, privilegios
reales, llegó a la conclusión de que todo era vanidad y aflicción de espíritu,
en Eclesiastés 1:2 dice: “…Vanidad de vanidades, todo es vanidad”; Eclesiastés 1:14 “Miré
todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y
aflicción de espíritu”.
Hay diferentes tipos de
llamadas, por ejemplo: (1) Hay quienes han escuchado el llamado de la soberbia,
la injusticia, la ira, la contienda, la inmundicia, la lascivia, la fornicación, el adulterio, entre otras, de un mundo controlado por el mal y sus vanidades
ilusorias, sumergida en corrupción trayendo como consecuencia tinieblas y muerte de mi ser (alma, cuerpo y espíritu); (2) Abraham recibió la llamada de Dios para recibir
una promesa y una herencia que no se cumplió en su tiempo ni a su manera sino
en el tiempo y a la manera de Dios; pero su corazón estaba tan dispuesto y lleno de fe que obedeció sin preguntar ¿Por
dónde? ¿Cómo? o ¿Por qué?, sólo partió y emprendió el camino creyendo. Hebreos 11:8 “Por la fe Abraham, siendo llamado,
obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin
saber a dónde iba”.
Quienes se empeñan en
aferrarse a las cosas del mundo, es porque no han aceptado la libertad de Cristo
por falta de entendimiento; 1 Corintios 7:22 “Porque el que en el Señor fue llamado
siendo esclavo, liberto es del Señor;…”; si su llamado es a ser esclavo del mundo y está tan
acostumbrado a las migajas terrenales, viviendo en queja y rebeldía, preferirá regresarse a una vida miserable de pecado e inmundicia que pasar por el camino santidad
de Dios, optando por estar sometidos bajo tutela del mal que la del amor y misericordia
de Dios, Éxodo 14:12 “¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo:
Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que
morir nosotros en el desierto”; 1 Tesalonicenses 4:7 “Pues no nos ha llamado
Dios a inmundicia, sino a santificación”.
Si el Señor me hace un
llamado, por lo general estoy tan ocupado con las cosas del mundo que tengo los ojos cerrados y los oídos
tapados, impidiendo que mi alma y espíritu se edifiquen y prosperen,
simplemente nos conformamos con vivir como vaya viniendo, trabajando y velando en
vano, Salmo 127:1 “Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la
edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia”; 3 Juan 1:2
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud,
así como prospera tu alma…”; El señor es tan paciente con nosotros que nos
llama una y otra vez pero no entendemos o hacemos caso omiso, hasta que un día
se nos revela y los resultados son maravillosos como paso en 1 Samuel 3:8 “Jehová,
pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme
aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al
joven”; luego este joven llamado Samuel se convirtió en el gran profeta y juez
de pueblo Israel, fue llamado a restaurar la ley, orden y adoración hacia el
Señor. Pero, hay quienes mueren porque nunca aceptaron la llamada del Señor.
Ojalá algún día
nosotros podamos escuchar el llamado del Señor y podamos decir: “HEME AQUÍ
SEÑOR” y no perdamos esa oportunidad que el Señor nos hace, y si nos dijere a quién enviare a llevar las buenas nuevas por nosotros
(Padre, Hijo y Espíritu Santo) podamos decir como Isaías 6:8 “… Oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién
enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, ENVÍAME A MÍ”;
no porque Dios necesite ayuda sino para probar nuestros corazones y la
disposición que tengo de atender su llamado con fe, que muchas veces nos
hacemos los locos. Hebreos 4:2 “Porque también a nosotros se nos ha anunciado la
buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir
acompañada de fe en los que la oyeron”.
Oremos: Señor, quedo rendido a tus pies, tu palabra
es espada de doble filo que penetra y rompe las coyunturas de mi necio corazón,
perdóname Señor. He estado esperando la llamada para recibir de las cosas del
mundo, sus galardones, coronas y reconocimiento, y no soy capaz de entender que
desde hace mucho tiempo atrás me andas llamando para recibir de ti, de tu santa
presencia, pero mi alma y este corazón inconverso, duro, torpe y tapado, anda
anhelando la tierrita, las migajas de mi Egipto y no me centrado en lo glorioso, en el Rey y el Justo, en ti mi Señor, para compartir de los deliciosos manjares que tú tienes
preparado para los que te aman y creen en tu nombre; Gracias Padre Santo por
abrir mis ojos, no tengo nada que resentir, yo me someto a tu voluntad y con
gozo prosigo en alcanzar la meta que tienes destinada para mí, porque tú estás
conmigo. Amén
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