“Por el resplandor de su presencia se encendieron carbones ardientes”. 2 Samuel 22:13
Esta es la historia de un hombre
sencillo, lleno de sueños, miedos, temores y necesidades, como cualquier otro, lo
que la hace extraordinaria es el impacto que produce en el ser interior de cada
persona. Pocas palabras se utilizaron, sin embargo, su trascendencia supera el
entendimiento de la mente y corazón. Su nombre era Bernardo, hijo nacido de una
familia de origen germánico y otra nativa de América, específicamente Venezuela,
su abuelo Catirrucio, le llamaba “guerrero”, “mi batallador” haciendo honor al
significado de su nombre, “valiente como un oso montañés”.
Bernard, como cariñosamente le
llamaba su madre, asistía regularmente a las diferentes reuniones en una
humilde iglesia cristiana, con el pasar de los años su fe creció, sin darse
cuenta, gracias al amor que le tenía al Señor, sin embargo, un día, sin ningún
aviso dejó de participar en las actividades de la iglesia, su oración empezó a
ser cada día más escasa, la autosuficiencia, las tribulaciones y los miedos
empezaron a ser más recurrentes, tanto así que se apoderaban de su corazón. Después
de algunas semanas, en una noche muy oscura y fría, el preocupado pastor,
decidió hacerle una visita, como buscando la oveja perdida. Encontró al “oso montañés”
en casa, solo, indeciso, aturdido, sentado frente a una hoguera que había
encendido en el patio para pasar la noche, la cual ardía con un fuego brillante
y acogedor, que espantaba todo bicho o latoso mosquito.
Nervioso por la razón de la
visita, Bernardo dio la bienvenida al imprevisto amigo, recibiendo la bendición,
lo condujo a una silla mecedora cerca de la hoguera y se quedó quieto a su lado sentado en un
tronco, esperando alguna pregunta, a la cual, posiblemente, no tenía respuesta.
Pues, un silencio ensordecedor ocupo el lugar, nadie emitió un solo sonido,
sólo se escuchaba el crujir de la leña que se quemaba y poco a poco se
convertía en carbón. Ambos sentados, contemplaban la danza de las intensas llamas que saltaban entre los tizones encendidos, al son del silencio.
Al cabo de siete minutos, el sabio
pastor, sin abrir su boca, examinó entre las brasas que se formaban y
cuidadosamente seleccionó una de ellas, la más ardiente de todas, retirándola a
un lado del brasero con unas tenazas. Volvió entonces a sentarse, permaneciendo
en silencio e inmóvil cerrando sus ojos cómo haciendo una oración al cielo
desde sus adentros.
El anfitrión prestaba atención a
todo lo que este hacía, con asombro y fascinación, inquieto por lo que había de
acontecer. Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó su esplendor,
hasta que no hubo más brillo, el fuego se había apagado, de manera repentina.
En poco tiempo, su luz y calor habían desaparecido, no era más que un negro,
frío y muerto pedazo de carbón recubierto por una densa capa de cenizas, polvo gris.
Muy pocas palabras se habían dicho desde el toque de la puerta y el saludo
entre los dos amigos hasta ese momento.
El pastor, antes de levantarse y preparar
su salida, tomó con las tenazas el carbón apagado, frío e inservible, y lo colocó
de nuevo en los carbones donde el fuego era más intenso. De inmediato, el fuego
que venía de los carbones ardientes volvieron a encenderlo, alimentando con su luz
y su calor al opacado pedazo de carbón, sin vida. Cuando el sabio hermano
alcanzó la puerta para retirarse, el anfitrión le dijo: - Gracias por tu visita
y su bellísima lección. Regresaré a la Iglesia mañana a dar testimonio de lo
ocurrido. Buenas noches amado hermano.
¿Por qué se alejan los hijos de
Dios de la iglesia de Cristo?
Muy simple: porque se les olvida que
ellos son miembros del cuerpo, y como miembros forman parte de la llama de
Dios, esa que se aviva con la congregación de los santos, y cualquiera que esté
lejos, se enfría, se apaga y pierde todo su brillo. Por eso es tan importante
recordar que no dejemos de congregarnos como algunos tienen por costumbre porque
nosotros somos parte del cuerpo de Cristo, y entre más masa más mazamorra, el
poder del fuego de Dios se manifiesta en cada carbón encendido en Cristo y su llama
no lo consume, por el contrario lo fortalece y mantiene encendida la luz y el
calor acogedor del Espíritu Santo a través de los hermanos, por eso es necesario orar y promover
la unión de todos en un solo Espíritu, porque en la congregación el fuego será
realmente fuerte, eficaz y duradero.
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