En el hedor del basurero le
vi por primera vez, comiendo las sobras entre un torbellino de moscas y gusanos
que demandaban la miseria humana que les pertenecía por derecho. Mi corazón se
entristeció a ver tan deplorable retrato, pintado de rojo de abandono, negro de
dolor, y marrón de miedo; me atreví a acercarme lentamente y extendí mi mano
para acariciarlo y recogerlo, sin saber si algún mal le acontecía, me miraba
con disimulo, temor y recelo, lo abrace y lo puse en mis brazos, al ponerme de
frente de sus ojos, en el espejo de su alma vi la nobleza de su corazón, su
pulgosa cola empezó a batirse dando gracias. ¡Pobre Scoobe!, exclamé, así le
llamé al perrito mal oliente que tanto amé, no tenía pedigrí, ni mucho un
nombre, su raza era Ca-Cri, pues de las Calles fue sacado y más Criollo no
podía ser, si existe una raza impura, esa era la de este querido can.
Scoobe, era un animal muy
peculiar, aprendió a comer solamente comida servida por mi madre o por mí, su
padre adoptivo. No le gustaba ladrar y caminaba en silencio, se paseaba sigilosamente
por los bordes de la pared de cerca de la casa, en un paralelo perfecto, como
soldado que cuida atentamente su fortaleza, sobre todo de noche cuando tenía
libertad de maniobra, solo atacaba cuando era estrictamente necesario y si era
un extraño más rápido.
El condenado perro comenzó a
ganarse el respeto de la familia el día que un cliente de mi madre trato de
abrir el portón de la casa para ingresar, sin percatarse que había un perro
flacuchento del lado dentro; uno muy astuto, de ojos juguetones y con una
habilidad para saltar audazmente, ya que podía asomar la cara por encima de la
pared que medía más de un metro ochenta, en un solo brinco. El punto es qué,
casi le arranca la nariz de un mordisco al hombre, cuando quiso asomar la cara
para ver donde estaba la cerradura del portón que se abría por dentro y no tenía
visibilidad para saber quién estaba del otro lado. Por eso, antes de entrar
todo el mundo llamaba primero al perro, antes que al dueño y le decía ¡Scoobe,
Scoobe soy el Tío Ramón!, por ejemplo, para que no le fuera a morder; no sé
cómo hacía el perro, pero él sabía a quién iba a clavarle los pequeños pero
filosos colmillos, porque tonto no era.
Scoobe no conocía de
modales, los rines de lujo de la camioneta de mi papá los tenía completamente
oxidados, y eso puso un clima de tensión entre el perro y mi padre; cada mañana
cuando trataba de calentar la camioneta, el viejo pegaba gritos a mi madre en
señal de queja, porque se había embarrado con la “mier… del perro” que había
depuesto justamente al lado de la puerta del conductor; mientras tanto el perro
corría a esconderse, cómo si supiera la maldad que había hecho; yo me imaginó a
Scoobe muerto de la risa como Patán, después que salía mi papá a limpiar su
calzado.
Una vez otro Tío, llamado
Óscar llegó a la casa de mis padres bien “carburado”; se encontraba muy
melancólico y decidido a terminar de embriagarse en la terraza con quien fuese,
con una botella de ron, escuchando los discos de acetato de Javier Solís, pero
no encontró quien lo acompañase. Mi mamá, su hermana, soltó al perro y este
salió como un bólido a ver que era todo ese ruido que sonaba en el frente, al
mirar al Tío, decidió quedarse a su lado para acompañarlo, acostándose en
posición de alerta, mirando fijamente hacia el portón cómo cuidando que nadie
fuera a estropear el momento que estaba viviendo el intoxicado Tío.
Pues, a Óscar no se le
ocurrió otra cosa que comprar una caja de cerveza para bebérsela con Scoobe, ya
que no consiguió quien le siguiera la corriente. Al comienzo Scoobe no quería,
y él le decía: “Bebe, Scoobe, bebe, para que el diablo no os halle ociosos”;
entonces de pronto, el can empezó a tomar la cerveza, y ronda a ronda se
destapaban dos cervezas: una para Scoobe y otra para él; el perro ya había
dejado de mirar cautelosamente hacia el portón de la casa, se dedicó a observar
al Tío cada vez que destapaba las cervezas y echaba una de ellas en el
abrevadero destinado para que le acompañara en su viaje a la melancolía. Entre
cantos desafinados de Óscar y chistes malos que le contaba al perro, como si
este le entendiese, se fueron consumiendo las botellas, como diría “el Chente”.
El perro se levantaba e iba golpeándose de pared a pared a depositar sus
fluidos en los rines de la camioneta, no había ninguno que ya no hubiese meado.
Pues llegó el momento de la
última ronda, Óscar se percató que solo quedaba una sola cerveza y le dijo
sonriendo al perro con la lengua medio enredada: ¡Te Jodiste Scoobe, queda una
y es para mí!, cuando el animal se percató que era la última cerveza, se
abalanzó sobre el embriagado Tío y lo demás fue historia.
Al día siguiente mi madre, a
carcajadas limpias, le pregunta a su hermano que había pasado, y este respondió
que: “el condenado perro lo había mordido por todo lados y le quitó la cerveza”,
y ella muerta de la risa le dijo: “Pero, ¿Cómo así?”; Y él le respondió
reflexionando: ¡Hay que ver que borracho no es gente!; refiriéndose al corrompido
Scoobe; “con razón la biblia dice que: No os embriaguéis”.
REFLEXIÓN:
Es más fácil condenar y
criticar los defectos de los demás, que reconocer los propios, sabemos que la
borrachera es mala pero no la dejamos, inclusive incitamos a otros para que
caigan en el mismo vicio, aún somos capaces hasta de invocar a las fuerzas del
mal deportivamente solo para satisfacer nuestros deleites, y después que la
concupiscencia ha dado a luz el pecado, sufrimos sus consecuencias sin poder
hacer nada, y al terminar revocándome en el cieno y haber perdido todo, es que
nos acordamos de Dios. No esperemos caer en lo más bajo para querer cambiar,
hagámoslo mientras todavía se puede, porque llegará un día que será demasiado
tarde y Dios no quiere la muerte del pecador, sino la vida para el que se
decide a buscarle.
“Porque si pecáremos voluntariamente
después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más
sacrificio por los pecados”
Hebreos 10:26
Llevándolo al ser humano, muchos nos dejamos corromper no sólo con el ejemplo del alcohol, sino hasta actitudinalmente y pensamos y hacemos creer que estamos en lo correcto para tapar tales defectos.
ResponderEliminarHola DaniBet, la corrupción del hombre viene por el pecado, pero cuando nuestro corazón está tan entenebrecido es necesario que pasemos por situaciones difíciles para poder poner la mirada en Cristo. Lo importante es evaluarnos en lo personal, ver donde estamos parados y hacia donde nos queremos dirigir. Eso si, sin quitar la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe. Dios te bendiga
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